sábado, 31 de diciembre de 2016

Reloj de amaneceres III: el sol pide siempre horizonte



      
Aunque de otra tarde, este capricho de la naturaleza, destino de peregrinación laica, da forma al horizonte de los sueños de Ábradas.
      


      
         Recorte de uña de dios, la luna se deja caer con su concavidad panza arriba sobre la Bahía de levante. Busca su correspondencia en ese sol que, oculto, querrá tramontar sobre la Cabeza del caballo. En breve volverá a ser cielo mientras el sol, tímido, se esconde por poniente ruborizando aire y agua.

         Los pasos me hacen. Recorrer lo que mis pies me acercan me vertebra en raíz. Ser también el tierno sol salobre me humaniza y me centra. Y peregrinar a ese tótem que es el Pico de l’aguilica, sobre mis pasos, me lleva a un balcón de vaivén que me trae al yo más mío. Sus cuevas ausentes son la tierra presente de la miseria opulenta. De bajada, la bahía del Hornillo, escindida por su embarcadero oxidado, da cuenta local de la belleza posible del universo. La mar virgen, inseminada de hierro, es fecundada en vientres de vapores políglotas de mineral desde la gravedad de de su altura de carril férreo. Mientras miro lo que fue, el horizonte se tiñe de malva en la raya entre el  Nido del cuervo y el Cambrón, con el Fraile como fiel de la balanza del horizonte abarcable. La greda de la ladera baña el camino civilizado y me obliga a dejar mis huellas. No tengo cámara fotográfica en los globos oculares, ni móvil fotográfico en las manos, así que guardo en la cámara oscura de mi memoria analógica lo que la realidad me regala: es mío y de estas palabras.

Vuelto sobre mis pasos, reando con levante a la espalda, bajo el puente sobre la Rambla de las culebras, y enfilo hacia poniente con el Castillo señoreando la silueta del paisaje. El Paseo de Parra me queda corto y llego hasta el rompeolas. El faro, como cálamo en la chumacera de la costa, me detiene para atalayar al alimón la dinámica recta de la frontera entre agua  y aire.

A otro ritmo, henchido de belleza y esfuerzo, recorro lo vivido para entrojarlo en lo que ya es mío para siempre.

El horizonte, eclipsado bellamente por crestas de paisaje, recorta la mirada, la hace humana y da perspectiva al ser. Los ojos son los enchufes inalámbricos de la realidad. Y esta conexión su testimonio y pantalla.



2 comentarios:

  1. No hace falta la tecnología donde la poesía describe nítidamente el paisaje vivido y descrito por el poeta.

    José María

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