“In vecchio mondo
sta morendo. Quello nuovo tarda a comparire. E in questo chiaroscuro nascono i
mostri”
Antonio Gramsci
“Lost in traslation”: al pairo en el aire que va de un
trapecio al otro. Volatinero entre paradigmas y cliente del cable y del abismo.
Turista trágico de tanta alegría. Veo y escucho con grima a Kraffwert o, más domésticos, a Aviador Dro o, más comerciales, a Orchestral Manoeuvres in the Dark.
Juegos en la edad temprana de una lógica computacional que ya no hace gracia. A
mí nunca me hizo cosquillas, ni irónicas, en el pensar. Ruido industrial como punk contra lo analógico. Eterófonos sin
pulsión ni pulsación de impostación pitagórica, como voces sin cauce, como
sonidos continuos en corrientes alternas, como humanoides sobre la gran ficha
de dominó del dolmen-monolito. Transfolclore: cultura popular global
retroneofuturista. El hueso es baqueta con la que percutir el tambor del llano.
Desubicado a lo Nuccio
Ordine, me veo, valleiclanianamante, como un Nacho Cano ridículo ante un Hal9000
que ya no llora “Daisy”, perdido entre teclados binarizantes en el
océano-conciencia de Solaris. El aislamiento físico pide un saludo treky, pero todavía necesitamos
adiestrarnos en frialdad lógica y telepatía: somos parvulitos en stalker como usuarios en un panóptico
cifrado en que actuamos como causa y efecto. Cuando las mónadas sean biobots ya se habrán extinguido todos los cantautores y 1984 será la nueva patria de un mundo feliz.
Este simulacro va en serio:
la estación total para contemplar es patrimonio del nanosegundo. La mayoría de
edad kantiana ha progresado a lo Benjamin Button en el parque de atracciones de
Pinocho. Los monstruos ya no son bárbaros: son las máscaras intelectuales de un
Scary movie protésico y lúdico en su
tragedia.
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En un edén en cuarentena, me
proclamo hedonista estoico en el jardín de Epicuro de mi balcón con vistas al
mundo.
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Ausencia de
esencia:
presencia de
sobras.
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El corazón se hizo pulpo en la tana del alma.
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Espacio y
tiempo kantianos en la nueva realidad cuántica. Somos constructores de
pantallas en las mónadas que eclipsan el panóptico humano de la ventana que es
el universo.
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Neoerotismo:
labios y voces tras la mascarilla; ojos tras las gafas de sol. Refulge y canta
lo oculto ensanchado en la imaginación. El amor sigue siendo un rayo de luna,
en cuarentena del aire ahora.
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Inmunidad de rebaño en los rediles de pastores
youtuberizados, en las majadas instagramáticas de la máxima libertad creativa
adocenada.
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En la colmena cuadriculada de la pantalla se hacinan
alegres los Segismundos en una “mise en
abyme” del salón de peluquería que es ya el mundo. Domésticos y
trascendentes proclamamos nuestra revolución francesa confinados en la libertad
tecnológica, rehenes del síndrome de Estocolmo mejor urdido. Nunca un yugo unció tan dulce en su urgir y
ungir asperjando felicidad y oportunidades.
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La cooperación confunde sus atributos con el
colaboracionismo. Laborar con, operar con no subyuga: complementa para,
sinérgicos, ser mejores. El “mainstream”
disfraza de fraternidad, igualdad y libertad la dependencia chantajeadora del
dominio sistémico (ese lobo disfrazado de abuelita ecologista, vegana, altruista,
megapixelada y electromagnética)
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Ser más veloces que la aceleración para hacer de la
posibilidad de disrupción la panacea óptima de un “continuum mutabile”
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Consciencia de verdad como autenticidad, de belleza, de
amor, de bondad, de la calma de la duración sabiamente trufada de intensidades.
Consciencia de libertad para construir experiencias que soplen el espíritu “Emet” en el barro humano. La nueva llave
de la nueva cábala roba la cifra aleph y nos la vende para que simulemos la
vida necesaria para consumir y no parecer zombis de silicona.
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