Osadía del
ignorante, claro. Pero, al verbalizar, actuamos. Incluso contemplando, mudos, un
jardín japonés. Silencio performativo.
El
progreso se engendra desde la armonía de contrarios. Es el diálogo entre lo que
se puede y lo que se quiere, la fuente de su río. “Dia” (a través, mediante)
fusionado a “logos” (palabra, razón, conocimiento)… O “diálogo” de “dialégomai”
(yo discurro, converso, discuto) Diálogo diáfano: evolución a través de la transparencia
del hablar para acordar los pasos del cambio de lugar mental. Gamificado y mis à la page: in & out. Síntesis del entrar y salir, del meter
y sacar, fruto dialógico de la mecánica dialéctica.
Y como
todo, parece, engendra su acicate evolutivo como “manigestación” (este neologismos es la evidencia viva de lo que
digo) del cambio necesario, la mecánica clásica (llamémosla así) parió la
newtoniana y esta, embarazada, fue madre de la electrónica y abuela de las
gemelas Cuántica y Relatividad. Las poleas y las máquinas, los mecanismos
visibles y tocables a escala humana, son evidencia de la obsolescencia física.
Su vestigio más traumático, las persianas. Cambiar una cinta alimenta la duda binaria,
obliga al empírico razonamiento científico doméstico. Si la persiana es
automática, la lógica del botón y el cable es otra. O los teclados de los
ordenadores… La mecánica de la máquina de escribir, un lujo en otro tiempo,
tiene más inconvenientes que ventajas en un universo tecnológico. No hay
teclado ahora: es un teclado sin teclas. El movimiento digital, la presión de los dedos sobre las letras,
transfundía lenguaje al silencio de la hoja en blanco, prisionera de rodillos.
Era un diálogo físico binario. No binario de bits: de diferencia de potencial visible
desde los ojos de la cara.
Es como si
necesitásemos una espiritualidad material, electrónica, invisible, de dígitos
binarios sin espacio. El apagón analógico que ha sustituido los teclados por
superficies táctiles y ha dado paso a la metamorfosis del aire modificado que
es la palabra en texto potencialmente impreso, no ha podido, sin embargo,
calmar la sed de luz mecánica. Pasearse, voyeur
vacunado contra la vergüenza ajena, por un gimnasio, con sus elípticas y unas
máquinas que hubiese querido tener el forzudo del circo o unos aparatos de
esfuerzo pasivo o un moverse sin moverse, es todo un ejercicio de reconocimiento
dialógico de la evolución humana. Un progreso con su espina, su espinning y su espinner.
Ciclismo indoor, esfuerzo aeróbico y grupal sobre
una bicicleta que no se mueve coregrafiando, a ritmo mecánico de pedal
analógico, la música digital que impele el movimiento circular que nos libera.
Fidget spinner: gamificación mecánica (con los mismos cojinetes que los niños
tontos fabricaban los artefactos con los que se pelaban las rodillas en la
calle), mercadotécnicamente implementada como lenitivo para paliar el estrés,
que infesta las aulas en su proceso de desintegración. Un eje central con tres brazos
(que serán más para, sobre la gilipollez primigenia, poder abastecer la demanda
de novedad sobre el aburrimiento de lo conocido) coronados medularmente con
aros de rodamiento sobre los que, fractales, seguir haciendo girar la nada. Saciar
la inquietud con movimiento estático. “Peonza de mano” o “trompo de mano” los
llaman los nostálgicos vendidos a la actualización sin duración. El trampantojo
de engañarse al jugar al solitario con cartas compradas.
Para
seguir siendo hoy, enteros y nuestros, debemos dialogar. Que lo analógico, sin
lo mecánico, de suicida de desesencialización. Sin presencia, la realidad que
nos venden se pierde en el sumidero de la adquisión de nada. Y la ansiedad que
nos causa la virtualidad tecnificada tenemos que comprarla en dosis
homeopáticas muy caras. Aunque quizás ese sea el axioma de este poscapitalismo
magmático e invisible por omnipresente.
Como dice
Blas de Otero, nos queda la palabra.
La mecánica analógica ha muerto: ¡viva
la mecánica digital electrónica!
Lluís Ribas, con su realismo trascedente. Dos personas sobre y ante la representación de la tela de araña binaria de la realidad. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario