Todo empezaba y acababa en ella. Todo menos
ella, que pensaba lo mismo sobre él.
Se encontraban siempre en su centro,
fundando en cada acto la intersección perfecta, la fusión que les ofrecía,
conquistado a contratiempo, ser en ese querer ser. Lo demás, naufragios de días
ansiosos de sus noches.
Habían inventado la duración que vencía
al desasosiego del desacariciarse, que derrotaba a la claustrofobia del
alrededor.
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