(Para contextualizar
la intención de este espacio, véase la primera de las entradas)
Paronimia.
Etimología popular.
Palabras
que nacen en el idiolecto y pueden llegar a poblar el habla, el dialecto o la
lengua. Las hay, incluso, cultas: “nigromancía”, que trenza la invocación a los
muertos con la oscuridad de lo oculto y lo diabólico para adivinar. Otras
viven, ajenas a su origen, en las bocas y orejas de los hablantes: “atiforrarse”,
“esparatrapo”, “mondarina”, “arrellenarse”, “destornillarse”, “eruptar”…:
gentes que se forran como si se atiborrasen; que protegen sus heridas con un
trapo adhesivo; que mondan la mandarina; que rellenan su sofá al expandirse;
que desvencijan los tornillos de sus ternillas al reírse; que erupcionan los
gases magmáticos que les sobran… La oralidad y audibilidad de la lengua usada,
tan “whapsappera” hoy, hace que quien
se enajene (porque enloquece o se
marcha) se “grille” y no se “guille”.
Una
lección de lengua viva.
Otros
hallazgos léxicos han tenido menos recorrido. “Antena conectiva”, por ejemplo.
Quien “monta
un pollo” no sabe que, zoofílico y yeísta, está usurpando para su perversión la
breve atalaya del “podium” (“poyo”) que ha de exhibir su protesta.
Aquí
y ahora nos ocupa una paronimia inteligente y no sé si extendida mucho más allá
del ejemplo.
sandalia
Del lat. sandalĭum, y este
del gr. σανδάλιον sandálion.
1. f. Calzado compuesto de una suela
que se asegura con correas o cintas.
2. f. Zapato ligero y muy abierto,
usado en tiempo de calor.
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“Sandalĭa”,
plural de “sandalĭum”, tenía más recorrido en sus pasos desde los
romanos que fuimos hasta este nosotros que somos. Había que andar mucho, transitar
muchas vías dejando muchas huellas de cuero de sandalias, esparto de esparteñas
o material sintético de calzado moderno. Alguien, prisionero de uno de los
callejones sin salida (culo de saco, “atzucac”
arábigo-catalán) de la historia que provocan sus hombres, llegó a la
revelación. Si las sandalias servían para andar tenían que llamarse “andalias”.
La neutralización del determinante plural pierde aquí en su lógica científica
(no como en *“amoto” o *“arradio”) Somos ándalos, sobre andalias, que
anduvimos para llegarnos. La suela que nos trae, liviana y veraniega, viene en
el pie encintado y semidesnudo que siempre hemos sido.
Andar al azar del andarivel
que nos trae sobre sus andas. El descuido al pronunciar “ambular” (ese *”amlare”
del siglo X que llevó al “aller”
francés, al “andare” italiano y, a
través de *“amnare” y nos trajo el “anar”
catalán) venía sobre unas sandalias que la etimología que un prisionero
republicano, evocando a su hija, fijó en una carta:
“Ya quedo enterado de que le has comprado a la nena un vestido y unas
andalias. Estará muy bonita”
Estaban tan lejos que
nunca se encontraron.
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