"Crucifixión" de Alberto García-Alix. Pero la del gorrión es sin martirio, difuminada en su desaparecer humilde como su presencia. |
En
España, dicen los expertos de la Sociedad Española de Ornitología, en los
últimos veinte años, han dejador de ser unos ocho millones de gorriones (entre
1980 y 2013 calculan que más de un sesenta por ciento ha desaparecido en
Europa)
Lo
humilde solo se echa en falta cuando se hace añoranza y es ausencia. Tan cerca
y tan ajenos. Tan humanos desde sus plumas color tierra y su pecho de ceniza,
desde lo castaño y pardo de su mirar inquieto serenante.
Como
el poeta, el gorrión tiene que exiliarse del mundo. O es al revés: el destierro
(con corazón de desaire y desmar) del poeta, extranjero ya hasta de la palabra,
sigue la agonía del gorrión.
Ni
mirlo blanco.
Ni
cisne negro.
Ni
trébol de cuatro hojas:
Gorrión:
realidad
en
su imperfecta perfección posible.
Como
el pavo real,
más
bello que el impostor doméstico.
Ni
paloma ni águila ni halcón
místicos:
gorrión.
Ni
siquiera el albatros de Baudelaire,
que
la majestuosidad
solo se humilla cuando se pierde
la razón de ser
(en el aire o en el suelo)
Passer
domesticus,
corazón y huesos de vuelo,
esternón quillado que abre el aire,
es alrededor humano,
escudero manso
de su azacaneo,
termómetro de su salud.
La
morfología del gorrión
necesita
la
sintaxis del viento;
precisa
la
sintaxis de hombre
en progreso
de abcisas que verticalicen
las ordenadas vigilantes
de la horizontalidad,
sin perder el rumbo
de su raíz.
Emulsión
poesía-vida.
Caracolea
el mar sobre la piedra
en
convexidad de agua
que,
cóncava, después
se
sume en el todo amorfo y azul.
Lo
ha hecho,
lo
sigue haciendo en mil novecientos hoy
y
lo seguirá haciendo
mientras
el poeta,
idea
hecha palabra
(como
dios encarnó en hombre),
habite
con su mirada un mundo
erosionado
por la rutina de la novedad.
El
poeta, ese ornitólogo
de
la humanidad
con
vocación de gorrión.
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