Un haiku vale más que una imagen. Y dos, más todavía. |
Felicidad como
recompensa. Madrugar. Enfundarte el disfraz de corredor básico. Y vencer el
abandono del esfuerzo con el objetivo de llegar para ver. La pendiente hace de
la carrera casi un caminar sin más horizonte que el que proyectas en tu mente
desde tu memoria balizada de baladre. En la cima, la punta del farallón marino,
eclipsado por un contenedor de basura y hormigón, regala el descenso.
Solo en la
playa, desnudo, me visto de paisaje.
En unas horas,
esta tranquilidad que fotografían estos dos haikus será patrimonio del próximo
amanecer. Yo ya lo he gozado. Mañana repetiré.
(“Chicharra” y
“gavina” son los nombres que en Ábradas
le damos a la cigarra y la gaviota. “Encanarse”, poco utilizado en el español
estándar, significa pasmarse o quedarse envarado por la fuerza del llanto o la
risa, quedarse detenido, encallado)
(La chicharra
no puso la banda sonora: fue su ausencia la que delataba su persistencia de
unas horas después, como protestando, silencio entonces, consigna contumaz después,
por la afluencia masiva de bañistas)
Silencio. Sol.
La chicharra se encana,
taladra calma.
Algarabía.
La densidad trepana
entre gavinas.
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