miércoles, 26 de julio de 2017

Haikus XXXVII


Un haiku vale más que una imagen. Y dos, más todavía.





Felicidad como recompensa. Madrugar. Enfundarte el disfraz de corredor básico. Y vencer el abandono del esfuerzo con el objetivo de llegar para ver. La pendiente hace de la carrera casi un caminar sin más horizonte que el que proyectas en tu mente desde tu memoria balizada de baladre. En la cima, la punta del farallón marino, eclipsado por un contenedor de basura y hormigón, regala el descenso.

Solo en la playa, desnudo, me visto de paisaje.

En unas horas, esta tranquilidad que fotografían estos dos haikus será patrimonio del próximo amanecer. Yo ya lo he gozado. Mañana repetiré.

(“Chicharra” y “gavina” son  los nombres que en Ábradas le damos a la cigarra y la gaviota. “Encanarse”, poco utilizado en el español estándar, significa pasmarse o quedarse envarado por la fuerza del llanto o la risa, quedarse detenido, encallado)

(La chicharra no puso la banda sonora: fue su ausencia la que delataba su persistencia de unas horas después, como protestando, silencio entonces, consigna contumaz después, por la afluencia masiva de bañistas)




Silencio. Sol.
La chicharra se encana,
taladra calma.

       Algarabía.
La densidad trepana
entre gavinas.









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