Ocho mil terminaciones nerviosas para anestesiar los nervios con placer. |
En
el amor no hay recetas ni asertividad sin peaje emocional. El no sé qué del
amor, ese balbuceo físico del alma, busca las respuestas del cuerpo, el
alfabeto de los dedos, el código asistemático de los labios. La entropía del
deseo erotiza los gestos. Y eso no se pide: se tiene y se da; se mira y se
comulga. Hay una magia no verbalizable que se suicida al hablarse. Que la
conquista de cuerpo pide intuiciones inefables, complicidades de alegre dejarse
ser en el tocarse.
“Quien
ama porque es querida,
sin
otro impulso más noble,
desprecia
al amante y ama
sus
propias adoraciones”
Sor
Juana Inés de la Cruz, versos 121-124 de
“Que resuelve con
ingenuidad sobre problemas entre las instancias de la obligación y el afecto”
Quien
ama sin ser amado,
amando
la indiferencia,
traiciona
al amor y ama
la
sombra de su conciencia.
Vivir sin ser deseado
va
dando cuerda a la inercia
que
alimenta frustraciones
y
anestesia la vivencia.
Desear sin ser querido
alimenta
la abstinencia,
ennarcisa
la pulsión,
aborta
correspondencias.
Que el cuerpo ha de ser gozado
balizando
las urgencias,
con
manos, saliva y ojos,
del
mapa de las turgencias.
En la ruta del amor
no
cabe la exigencia
ni
el ruego mendicante:
se
encuentra la convergencia.
¿Quién no quiere ser deseo
polo
fértil de la esencia
de
la atracción de los cuerpos,
el
imán de la presencia?
El abrazo es nuestra casa,
silencio
de pirotecnia,
lazo
radical de besos
que
funden incandescencias.
Este animal que somos,
sangre,
neuronas erógenas,
ilumina
con relámpagos
las
sombras que se desdoblan.
Ser en ella y ser en ti
fuente
de la sed abierta,
herida
alada de puertas
del
secreto de vivir.
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