Trasciende
el gesto cuando se piensa. La cruz sobre el mar resucita al crucificado en el
mismo acto de su crucifixión, sin esperar a un tercer día. Horizontalidad y
verticalidad, agua y aire, tierra y cielo, corazón y pulmones como intersección
de extremidades. Mirar con los ojos cerrados para verse, pleno, por dentro,
agua sobre agua, aire bajo el aire.
Ajeno
al mundo, centro, tú disuelto en el mundo, ingiriendo por la piel el
ansiolítico del mar. Literalmente: relajante de la preocupación.
Hacer
el muerto, a voluntad, contra la muerte, sintiéndote muy vivo mientras el sol
que te da la vida intenta secarte y tú, médula linfática, te diluyes,
palpitante, respirante y salino en tu gran azul que te hidrata para poder
seguir siendo. Ser un muerto es muy diferente. Estar muerto, un accidente.
Hacer el
muerto alarga la vida: fluir sobre el flujo de aire, tierra, fuego y agua de
una playa da cauce al existir consciente.
Diluido el
yo, aunque todo en mí:
nenúfar
mediterráneo de sangre:
Ocupado
en este despreocuparme,
sobre la calma del agua, hago el
muerto.
Corcho vivo, isla al pairo,
concierto
de vaivenes sordos en que
encontrarme.
Orlado
de mar, sin actualizarme,
soy pozo, ebrio de sosiego, abierto
y flotante, mecido en el huerto
de respirar mar para concentrarme.
Corcho
con alas, desnudo de sobras,
cielo rojo de párpados, muy quieto,
circundado de rumor sin zozobras,
a
disciplina de olas me someto.
El
tiempo perderás si no lo cobras.
Este baño durará un soneto.
Me ha encantado, felicidades!
ResponderEliminarLo mejor, querida Clara, es poder vivirlo para cantarlo. La felicidad, cada vez lo tengo más claro, está en ser en el pensar cuando se está. Y eso, para mí, es vivir poéticamente. Barraliano, quizás, pero objetivador y satisfactorio.
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