Llenar la vida de vacío para
no pensar. Parecer activo por fuera, enérgico y emprendedor, pero sin espacio
para ser. Ser un yo mediático, “youtuberizado”,
exiliado en un alrededor hipotecante. De esa tensión hecha rutina normalizada
saltan las chispas de estos destellos.
Dios (fuere lo que fuere
-idea, consistencia intangible o sistema de “gadgets”-) es placebo excipiente del yo. Una monja juega a Candy Crush Saga en su móvil e invita a jugar a sus hermanas de clausura.
Artesanía del momento. Correspondencias,
andarivel del tiempo que permite mitificar lo mirado: la poesía esencial de las
cosas vence la prosía y nace en cada ver.
Y el mundo que sigue su
curso, ajeno a tanta iniquidad “soft”,
mientras pueda resistir la gilipollez que sembramos sobre su resiliencia.
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Caricias de dermatólogo. Besos de
odontólogo. Cunnilingus de ginecólogo.
Pero no hay más ciencia que la que arde.
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Frente a la procrastinación del inseguro, la proexnunctinación del vividor
esperanzado pletórico de presente. Un neologismo construido sobre un centauro
clásico (como hubiera podido ser prohincastinación) que certifica la
paradoja del progreso.
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Eyaculaba jaculatorias.
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Aprender a
enseñar a aprender a desaprender: pedagogía de la certeza para un mundo
milimétrico eternamente recalculado.
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Autonomía
intelectual universitaria: tutor-mentor-coaching
para orientar el crecimiento desvalido de hombres y mujeres que llegan
menguados y menores de edad.
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“El confort es una zona de la que hay que salir”-dijo
Simón del desierto.
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A Felipe Benítez Reyes, por el hurto.
Balízame la
piel con tu saliva:
Quiero
encontrar mi cuerpo a la deriva.
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Lencería de luto: prólogo del orgasmo muerto
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La progresistización como la gran zanahoria de horizontes
tantálicos, de oasis densos de árboles de la vida, diseñados desde un Árbol de
la ciencia usurero, prevaricador y espejismeador. Nunca la felicidad inducida
ha tenido un cómitre más atractivo.
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Como
quien espera una llamada urgente las veinticuatro horas, móviles palpitando en
la mano y lanzando anzuelos a la mirada, intranquila ya en una espera impostada
y vana, nos perdemos en la plétora atropellada de instante. No hay sosiego para
una satisfacción impaciente. Pendientes,
vivimos sin saberlo con los pies en el abismo “candy” de la enajenación más nuestra.
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Finalmente,
la flecha de Zenón mató a la tortuga y Aquiles consiguió llegar antes que ella
al vacío.
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Diálogo. |
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