jueves, 7 de septiembre de 2017

Destellos LXXXII




 
Piedra labrada, duración erosionada y paciente nido de miradas.




         Llenar la vida de vacío para no pensar. Parecer activo por fuera, enérgico y emprendedor, pero sin espacio para ser. Ser un yo mediático, “youtuberizado”, exiliado en un alrededor hipotecante. De esa tensión hecha rutina normalizada saltan las chispas de estos destellos.

         Dios (fuere lo que fuere -idea, consistencia intangible o sistema de “gadgets”-) es placebo excipiente del yo. Una monja juega a Candy Crush Saga en su móvil e invita a jugar a sus hermanas de clausura.

         Artesanía del momento. Correspondencias, andarivel del tiempo que permite mitificar lo mirado: la poesía esencial de las cosas vence la prosía y nace en cada ver.

         Y el mundo que sigue su curso, ajeno a tanta iniquidad “soft”, mientras pueda resistir la gilipollez que sembramos sobre su resiliencia.






Caricias de dermatólogo. Besos de odontólogo. Cunnilingus de ginecólogo. Pero no hay más ciencia que la que arde.



Frente a la procrastinación del inseguro, la proexnunctinación del vividor esperanzado pletórico de presente. Un neologismo construido sobre un centauro clásico (como hubiera podido ser  prohincastinación) que certifica la paradoja del progreso.


Eyaculaba jaculatorias.




Aprender a enseñar a aprender a desaprender: pedagogía de la certeza para un mundo milimétrico eternamente recalculado.



Autonomía intelectual universitaria: tutor-mentor-coaching para orientar el crecimiento desvalido de hombres y mujeres que llegan menguados y menores de edad.



“El confort es una zona de la que hay que salir”-dijo Simón del desierto.


A Felipe Benítez Reyes, por el hurto.

Balízame la piel con tu saliva:
Quiero encontrar mi cuerpo a la deriva.




Lencería de luto: prólogo del orgasmo muerto



La progresistización como la gran zanahoria de horizontes tantálicos, de oasis densos de árboles de la vida, diseñados desde un Árbol de la ciencia usurero, prevaricador y espejismeador. Nunca la felicidad inducida ha tenido un cómitre más atractivo.


Como quien espera una llamada urgente las veinticuatro horas, móviles palpitando en la mano y lanzando anzuelos a la mirada, intranquila ya en una espera impostada y vana, nos perdemos en la plétora atropellada de instante. No hay sosiego para una satisfacción  impaciente. Pendientes, vivimos sin saberlo con los pies en el abismo “candy” de la enajenación más nuestra.

Finalmente, la flecha de Zenón mató a la tortuga y Aquiles consiguió llegar antes que ella al vacío.




Diálogo.






No hay comentarios:

Publicar un comentario