domingo, 3 de septiembre de 2017

Ósmosis XIII






         En estilo indirecto libre y en presente. Porque el presente es el único tiempo del éxtasis. Y la voz del narrador la única que no miente al mentir. Sin demasiados adjetivos calificativos, más substantivo que verbal: para objetivar la belleza en su prístina actualización esencial atemporal.

         A contracostumbre de los usos actuales, los dardos del amor entran por los ojos desde la carne presencial. Imposible dar con su perfil virtual. La epifanía nace en un aquí y un ahora físicos y, relámpago de sombra, muere en su ausencia. Es la experiencia de don Juan en un centro comercial. Sin usura sexual, pero con potencia erótica de promesa sin objeto. Diletancia lírica bella del alrededor de la Belleza.




                                      “ Un éclair… puis la nuit!  -Fugitive beauté
                                        Dont le regard m’a fait soudainement renaître,
                                        Ne te verrai-je plus que dans l’eternité?”



Baudelaire, “À une passante”, “Tableaux parisiens” en Les fleurs du mal (1857)




“Porque la Belleza, Fedro mío, y solo ella es a la vez visible y digna de ser amada: es, tenlo muy presente, la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos”

“[…] dio forma a un breve ensayo inspirándose en la belleza de Tadzio […]”

“Su belleza superaba lo expresable, y, como tantas otras veces, Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra solo puede celebrar la belleza, no reproducirla”

            Thomas Mann, La muerte en Venecia (1911)



                                      “Reivindico el espejismo
                                       de intentar ser uno mismo,
                                       ese viaje hacia la nada
                                       que consiste en la certeza
                                       de encontrar en tu mirada
                                       la belleza…”

                                Luis Eduardo Aute, “La belleza”, Segundos fuera (1989)
            



                                      “[…] Y ellas pasan
                                      como la Luna, dejando
                                       en tus ojos, como el polvo de las alas
                                       de una mariposa en los dedos,
                                       el resplandor de un arte
                                       perfecto”



              José María Álvarez, “Sweet Little Thirteen (You Never Can Tell)”,  
              Museo de  cera (1960-1990-∞)






         Llega al lugar sobre las cinco de la tarde: sabe que tendrá mucho tiempo para leer mientras hacen sus compras. Busca el punto de lectura y se abstrae del alrededor para ser en lo que lee. Antes había entrado a curiosear, como “flâneur” a destiempo, en una de las tiendas y su libro hizo sonar la alarma antihurtos: ¡como si se pudiese robar filosofía allí!

         Hormiguean los clientes en cadena invisible. Absorto en el trasfondo de las letras: La caverna de Saramago  puede ser un búnker. Goza de su aislamiento: sabe que la fuga es imposible: tiene que resistir a contrafluir.

         Levanta lo ojos de la página. Eclipse. Enajenación. Plétora. Desaparece ante la aparición: no es ya su yo. Se desborda ante el tú concreto: ¿cómo cabe tanta belleza en un cuerpo? Entre azabache y endrino, su cabello pide mirada. Unos pies griegos justifican las sandalias de cuero y anulan la miel de los ojos que no lo miran.  Pero sus uñas sin esmalte devuelven protagonismo a los dedos. Pómulos como manzanas. Labios que articulan una sonrisa de tía cómplice de sus sobrinos y que custodian el nido de un beso. Esa boca no será nunca raíz de un beso para él. Pero sus alas alientan el amor de lo amado por desconocido.

         Ella se sienta y se toma un café entre risas y miradas que ignora y la hacen más bella: ¡cómo cimbrea su pecho ignorante de su exhibición! Saramago yace en la prisión negra del silencio editado: ¡Hay tanta promesa en ese azar! ¡Tanto goce huérfano de posibilidad! Acteón no gozó  más ante la visión de Artemisa.

         Paga el café y lo que ha bebido su alrededor. El vestido que la desnuda muestra el esplendor que oculta. ¿Contemplarla en la eternidad del ver, en la duración de este mirar fértil? El gesto de tocarse el cabello, cerrar ligeramente los ojos e inclinar la cabeza da sentido al universo. Con el libro cerrado, pasa a su lado: ese aroma es el que se la traerá ya por siempre.

         Las bolsas en la mano delatan su oficio. No está en ese edén para ser amado ni para amar. La prosa liofiliza la poesía y esa belleza, pecio visible de lo imposible, es ya patrimonio de su imaginación, sin usura sexual. Suya para siempre, retrato al natural de la hermosura: así, amada y efímera, tiene su altar y su sacrificio. Sin rijosidad ni erección, como quien le hace el amor a la mar desde los ojos. Demasiada belleza para ser patrimonio de un solo cuerpo.

         Ella seguirá viviendo sin saber que es una diosa. Sin taxidermias de epitelios baila desde hoy, Salomé sin consciencia de serlo, coreografías para él, en la intimidad de una sangre que desemboca en la nada más fértil.
        


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