En estilo indirecto libre y en presente. Porque el
presente es el único tiempo del éxtasis. Y la voz del narrador la única que no
miente al mentir. Sin demasiados adjetivos calificativos, más substantivo que
verbal: para objetivar la belleza en su prístina actualización esencial
atemporal.
A
contracostumbre de los usos actuales, los dardos del amor entran por los ojos
desde la carne presencial. Imposible dar con su perfil virtual. La epifanía
nace en un aquí y un ahora físicos y, relámpago de sombra, muere en su
ausencia. Es la experiencia de don Juan en un centro comercial. Sin usura
sexual, pero con potencia erótica de promesa sin objeto. Diletancia lírica bella
del alrededor de la Belleza.
“ Un éclair… puis
la nuit! -Fugitive beauté
Dont le regard m’a fait soudainement renaître,
Ne te verrai-je plus que dans l’eternité?”
Baudelaire, “À une passante”, “Tableaux parisiens” en Les fleurs du mal (1857)
“Porque
la Belleza, Fedro mío, y solo ella es a la vez visible y digna de ser amada:
es, tenlo muy presente, la única forma de lo espiritual que podemos aprehender
y tolerar con los sentidos”
“[…]
dio forma a un breve ensayo inspirándose en la belleza de Tadzio […]”
“Su
belleza superaba lo expresable, y, como tantas otras veces, Aschenbach sintió,
apesadumbrado, que la palabra solo puede celebrar la belleza, no reproducirla”
Thomas
Mann, La muerte en Venecia (1911)
“Reivindico
el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…”
Luis
Eduardo Aute, “La belleza”, Segundos fuera
(1989)
“[…] Y
ellas pasan
como
la Luna, dejando
en tus ojos, como el polvo de las alas
de una mariposa en los dedos,
el resplandor de un arte
perfecto”
José María Álvarez, “Sweet Little Thirteen (You Never Can Tell)”,
Museo de cera (1960-1990-∞)
Llega al lugar sobre
las cinco de la tarde: sabe que tendrá mucho tiempo para leer mientras hacen
sus compras. Busca el punto de lectura y se abstrae del alrededor para ser en
lo que lee. Antes había entrado a curiosear, como “flâneur” a destiempo, en una
de las tiendas y su libro hizo sonar la alarma antihurtos: ¡como si se pudiese
robar filosofía allí!
Hormiguean los clientes en cadena
invisible. Absorto en el trasfondo de las letras: La caverna de Saramago puede
ser un búnker. Goza de su aislamiento: sabe que la fuga es imposible: tiene que
resistir a contrafluir.
Levanta lo ojos de la página. Eclipse.
Enajenación. Plétora. Desaparece ante la aparición: no es ya su yo. Se desborda
ante el tú concreto: ¿cómo cabe tanta belleza en un cuerpo? Entre azabache y
endrino, su cabello pide mirada. Unos pies griegos justifican las sandalias de
cuero y anulan la miel de los ojos que no lo miran. Pero sus uñas sin esmalte devuelven
protagonismo a los dedos. Pómulos como manzanas. Labios que articulan una sonrisa
de tía cómplice de sus sobrinos y que custodian el nido de un beso. Esa boca no
será nunca raíz de un beso para él. Pero sus alas alientan el amor de lo amado
por desconocido.
Ella se sienta y se toma un café entre risas
y miradas que ignora y la hacen más bella: ¡cómo cimbrea su pecho ignorante de
su exhibición! Saramago yace en la prisión negra del silencio editado: ¡Hay
tanta promesa en ese azar! ¡Tanto goce huérfano de posibilidad! Acteón no gozó más ante la visión de Artemisa.
Paga el café y lo que ha bebido su alrededor.
El vestido que la desnuda muestra el esplendor que oculta. ¿Contemplarla en la
eternidad del ver, en la duración de este mirar fértil? El gesto de tocarse el
cabello, cerrar ligeramente los ojos e inclinar la cabeza da sentido al universo.
Con el libro cerrado, pasa a su lado: ese aroma es el que se la traerá ya por
siempre.
Las bolsas en la mano delatan su
oficio. No está en ese edén para ser amado ni para amar. La prosa liofiliza la
poesía y esa belleza, pecio visible de lo imposible, es ya patrimonio de su
imaginación, sin usura sexual. Suya para siempre, retrato al natural de la
hermosura: así, amada y efímera, tiene su altar y su sacrificio. Sin rijosidad
ni erección, como quien le hace el amor a la mar desde los ojos. Demasiada
belleza para ser patrimonio de un solo cuerpo.
Ella seguirá viviendo sin saber que es
una diosa. Sin taxidermias de epitelios baila desde hoy, Salomé sin consciencia
de serlo, coreografías para él, en la intimidad de una sangre que desemboca en
la nada más fértil.
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