El misterio de Bartleby el
pasante desasosiega en la placidez idílica de este presente inasible como
chumacera de lancha en marcha. Un amanuense que se rebela sin dejar de seguir
trabajando: “Prefiero no hacerlo”. Un escribiente que habita su propia miseria
desesperanzada como un tesoro. Un subordinado que desde la revelación constante
de su valía, niega, tozudo, incomprensiblemente, la misma virtud que lo
distingue. Y acaba clasificando cartas muertas, mensajes para ser quemados,
para nadie. Llega a vivir en su mismo lugar de trabajo.
Estos nuevos “Destellos”
salpican de luz negra esta versión inducida del locus amoenus.
Manchan de ese no sé qué del contrapelo este hospital en el que, felices,
creemos que nos curaremos, como el personaje de Baudelaire, si cambiamos de
cama. En el cambio nos venden el goce.
Un Bartleby fáustico y
viajero insatisfecho busca su lugar en el mundo sin haber aprendido (tras
muchos cursos de formación de holístico “mindfulness”
emprendedor) hallarse a sí mismo (a pesar de los infinitos “selfies” de la careta de su personaje “photoshopeado”)
El mismo sumidero que alumbra
los Destellos los fagocita en su nada omnímoda.
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El progreso es la flor del fruto
del diálogo entre raíces y alas.
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En estos tiempos que hacemos correr hay que educar para
una moral oscilobatiente y un cooperativismo de subcontratas precarias.
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La jactanciosa vacuidad intelectual de la afirmación de
que hay que aprender a desaprender (sin haber aprendido nunca nada) es la
versión 4.0 (pletórica de ignorancia prepotente) del “solo sé que no sé nada”
socrático.
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Solo tengo el
salabardo de tu nombre para sacarte de la aséptica confusión de las redes.
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Persona: unidad central de pensamiento entreverado de
sentimientos.
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Motivado desde la gamificación lúbrica, tuvo que volver a
la docencia asexuada y formal porque notaba cómo la cierta vida había entrado
dentro del aula para desahuciar el conocimiento para la vida. Esa manzana
mordida del isotipo pictogramático, ante la estantería que ordenaba en
formación libros como El árbol de la
ciencia de Pío Baroja y San Manuel
Bueno, mártir y Amor y pedagogía
de Unamuno, delató el fraude hecho dogma
científico.
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En individualismo más gregario lo congrega dispersando la
moda. El “spinner” es solo uno de los
granos de ese sarpullido social recurrente.
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Para descubrir las raíces de los aviones se fue a vivir a
un aeropuerto. Los viajeros felices pensaban que era un mendigo loco.
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Platonismo encarnado.
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