miércoles, 13 de septiembre de 2017

Destellos LXXXIII



 
Los espejos del callejón del Gato revelan la realidad, la verdadera realidad.

          
         El misterio de Bartleby el pasante desasosiega en la placidez idílica de este presente inasible como chumacera de lancha en marcha. Un amanuense que se rebela sin dejar de seguir trabajando: “Prefiero no hacerlo”. Un escribiente que habita su propia miseria desesperanzada como un tesoro. Un subordinado que desde la revelación constante de su valía, niega, tozudo, incomprensiblemente, la misma virtud que lo distingue. Y acaba clasificando cartas muertas, mensajes para ser quemados, para nadie. Llega a vivir en su mismo lugar de trabajo.

         Estos nuevos “Destellos” salpican de luz negra esta versión inducida del  locus amoenus. Manchan de ese no sé qué del contrapelo este hospital en el que, felices, creemos que nos curaremos, como el personaje de Baudelaire, si cambiamos de cama. En el cambio nos venden el goce.

         Un Bartleby fáustico y viajero insatisfecho busca su lugar en el mundo sin haber aprendido (tras muchos cursos de formación de holístico “mindfulness” emprendedor) hallarse a sí mismo (a pesar de los infinitos “selfies” de la careta de su personaje “photoshopeado”)

         El mismo sumidero que alumbra los Destellos los fagocita en su nada omnímoda.
        







El progreso es la flor del fruto del diálogo entre raíces y alas.




En estos tiempos que hacemos correr hay que educar para una moral oscilobatiente y un cooperativismo de subcontratas precarias.

 

La jactanciosa vacuidad intelectual de la afirmación de que hay que aprender a desaprender (sin haber aprendido nunca nada) es la versión 4.0 (pletórica de ignorancia prepotente) del “solo sé que no sé nada” socrático.


Solo tengo el salabardo de tu nombre para sacarte de la aséptica confusión de las redes.


Persona: unidad central de pensamiento entreverado de sentimientos.


Motivado desde la gamificación lúbrica, tuvo que volver a la docencia asexuada y formal porque notaba cómo la cierta vida había entrado dentro del aula para desahuciar el conocimiento para la vida. Esa manzana mordida del isotipo pictogramático, ante la estantería que ordenaba en formación libros como El árbol de la ciencia de Pío Baroja y San Manuel Bueno, mártir y Amor y pedagogía de Unamuno,  delató el fraude hecho dogma científico.


En individualismo más gregario lo congrega dispersando la moda. El “spinner” es solo uno de los granos de ese sarpullido social recurrente.


Para descubrir las raíces de los aviones se fue a vivir a un aeropuerto. Los viajeros felices pensaban que era un mendigo loco.

Platonismo encarnado.








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