Nada anunció el encuentro. Ella, algo bradipsíquica, pacía agua en paz. Yo busqué una empatía que no encontré. Pero entendí mejor el conformismo del redil y la soledad. |
No podemos esperar en un
tiempo estático. Pongamos los dieciocho o los cincuenta años: “esta es mi mejor
edad” –afirmamos-, “me plantaría en ella”. Se pudriría su raíz de clepsidra
seca. Es necesario esperar en movimiento sereno: esperar lo que ha de venir
sobre el trapecio de lo que hicimos pasar y ya somos.
Podemos aprender de la
espera. El mundo es un libro de infinitas lecciones. No cabe el aburrimiento
(que es reclamo de abusos de divertimentos vendidos “ad personam”): todo da sentido a los instantes.
“Y si la vida es un sueño,
como
dijo algún navegante atribulado,
prefiero
el trapecio
para
verlas venir en movimiento.
Y
voy viviendo a mi manera,
si
conviene, regando para que crezca la higuera.
Para
que crezca y dé sombra,
para
que dé sombra y frutos.
Y
muchas primaveras”
Manolo
García, “Prefiero el trapecio” en Arena
en los bolsillos (1998)
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La maraña del pensamiento, el
magma de ideas, pasa por el coso de la aguja del escribir, por la boca brocal
de luz del decir, y zurce el mundo de discurso.
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Camino sobre certezas provisionales como piedras en la
corriente, como ascuas en una placa de hielo a la deriva. La seguridad efímera
de su solidez y su calor permiten los pasos del progreso. Sin necesidad de
abolir huellas o quemar naves, que quizás haya que volver sobre lo pisado para
seguir avanzando.
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Pacer placer.
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Bisagras
voladoras para fronteras móviles.
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Sofisticó tanto
su discurso pedagógico (que sí esto, que si lo otro, que si lo de más allá –rancio
o por venir-) que se pudo doctorar en la
universidad Autodidacta Holística en pedangongorogía. Como “gurú-influencer-coach” lo peta con sus “flipped
classroom” (sin un ápice de teoría, pura competencia competencial,
vivencial y motivadora)
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Corazón: capital del yo.
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Entre forcluido y florclaustrado, liberó su psicosis posándose,
durador, en la pausa necesaria del ser, tan atento a su yo común que se sintió
mundo y no extranjero en la prisa.
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Por más que lo intentaba, su perfil, siempre frontal,
llenaba de aristas lo que proyectaba.
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Contra la prosía, poesía y filosofía.
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Puerta semitapiada hacia la nada del hueco. Alguien tatuó en esa frontera alguna vez su amor o su presencia. ¡Qué poco somos! |
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