domingo, 24 de septiembre de 2017

Destellos LXXXV



 
Nada anunció el encuentro. Ella, algo bradipsíquica, pacía agua en paz. Yo busqué una empatía que no encontré. Pero entendí mejor el conformismo del redil y la soledad.






         No podemos esperar en un tiempo estático. Pongamos los dieciocho o los cincuenta años: “esta es mi mejor edad” –afirmamos-, “me plantaría en ella”. Se pudriría su raíz de clepsidra seca. Es necesario esperar en movimiento sereno: esperar lo que ha de venir sobre el trapecio de lo que hicimos pasar y ya somos.

         Podemos aprender de la espera. El mundo es un libro de infinitas lecciones. No cabe el aburrimiento (que es reclamo de abusos de divertimentos vendidos “ad personam”): todo da sentido a los instantes.

                           
                            “Y si la vida es un sueño,
                                   como dijo algún navegante atribulado,
                                   prefiero el trapecio
                                   para verlas venir en movimiento.
                                   Y voy viviendo a mi manera,
                                   si conviene, regando para que crezca la higuera.
                                   Para que crezca y dé sombra,
                                   para que dé sombra y frutos.
                                   Y muchas primaveras”


                        Manolo García, “Prefiero el trapecio” en Arena en los bolsillos (1998)
                                  
        



La maraña del pensamiento, el magma de ideas, pasa por el coso de la aguja del escribir, por la boca brocal de luz del decir, y zurce el mundo de discurso.


Camino sobre certezas provisionales como piedras en la corriente, como ascuas en una placa de hielo a la deriva. La seguridad efímera de su solidez y su calor permiten los pasos del progreso. Sin necesidad de abolir huellas o quemar naves, que quizás haya que volver sobre lo pisado para seguir avanzando.


Pacer placer.




Bisagras voladoras para fronteras móviles.



Sofisticó tanto su discurso pedagógico (que sí esto, que si lo otro, que si lo de más allá –rancio o por venir-) que se pudo doctorar  en la universidad Autodidacta Holística en pedangongorogía. Como “gurú-influencer-coach” lo peta con sus “flipped classroom” (sin un ápice de teoría, pura competencia competencial, vivencial y motivadora)



Corazón: capital del yo.



Entre forcluido y florclaustrado, liberó su psicosis posándose, durador, en la pausa necesaria del ser, tan atento a su yo común que se sintió mundo y no extranjero en la prisa.


Por más que lo intentaba, su perfil, siempre frontal, llenaba de aristas lo que proyectaba.


Contra la prosía, poesía y filosofía.





Puerta semitapiada hacia la nada del hueco. Alguien tatuó en esa frontera alguna vez su amor o su presencia. ¡Qué poco somos!

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