domingo, 17 de abril de 2011

Los libros y los silencios de José María Quiroga Plá

Para Miguel Quiroga de Unamuno, in memoriam.
Para José María Quiroga Ruiz, en quien sigue latiendo la sangre de su abuelo.
La inmortalidad no nos pertenece: vivirá fuera de nosotros, que somos un accidente.
                                 Ilustración a tinta de Joan Rebull para la primera edición de Morir al día
No son la falta de obra ni de mérito literario los que han desterrado a Quiroga Plá al olvido. El aborto del sueño, real, republicano lo llevó en peregrinación involuntaria por las capitales de la II República (Madrid, Valencia, Barcelona…) hasta arrojarlo al exilio: París, Ambilly, Ginebra, muerte.
Cuando nació en el abril madrileño de 1902, virgen de toda tragedia, no se cernía sobre el futuro poeta la sombra de unas cenizas aventadas en el cementerio de San Jorge, en Ginebra, veinticinco años después de su muerte, lejos de Madrid, de Salamanca y de la oportunidad de ser recordado. Murió Quiroga Plá un 28 de marzo de 1955, en una clínica ginebrina, a un mes de cumplir los 53 años. Durante veinticinco años reposó, anónimo, en el nicho 1047 de un cementerio extranjero. Sigue siendo un extranjero para la literatura española.

Sólo dos obras pudo hacer cuajar en libro: Morir al día (enero de 1946)
                                 

y La realidad reflejada (enero de 1955, que toca, pero que no puede ver bien a causa de su ceguera)
 

La primera recoge sonetos escritos entre el 21 de abril de 1938 hasta el 9 de septiembre de 1945. Fue el número 1 de la colección Cervantes, editada por Eduardo Ragasol y prologada por José María Semprún y Gurrea. Salieron 2000 ejemplares (“impresos como un mazacote, nada anunciado y sacado al comercio casi clandestinamente”, según afirma el autor en carta a Max Aub del 16 de enero de 1953), más quinientos de “lujo”.
La segunda, tras algún fracaso editorial (como el de la colección Patria y Ausencia de Max Aub), apareció de manos de Joaquín Díez-Canedo en su colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica, en México.
En el ejemplar de Morir al día que conservaba su hijo Miguel Quiroga de Unamuno, además de reseñar libros que nunca lo fueron como Baladas para acordeón (1928) o Veinticuatro horas después (1934), aparecen anunciadas obras que nunca lo llegaron a ser: seis en preparación en 1946 (Unamuno, poeta civil, ensayo; Espejo desazogado, novelas cortas; Cadena del amor, novela; Donde estaba yo, ensayo de memorias; Cantos de Matusalén, poesía en verso y prosa; y un Tratado de versificación española) y tres libros de poemas “terminados, pero inéditos”, anotados en lápiz en 1949 sobre el ejemplar de su hijo (Pausa, Rapsodia del destierro y Ellos nosotros y la primavera).

Baladas para acordeón no pasó de ser un proyecto de edición para Los Cuadernos Literarios dirigidos por Enrique Díez-Canedo, que llegó a cobrar en parte. Esa coyuntura le cerró las puertas de la antología de Poesía contemporánea de Gerardo Diego y, con ello, la posibilidad de entrar en una maniobra editorial que le habría permitido salir de España con un nombre con el que volver.


Veinticuatro horas después solo fue una novela corta publicada en Revista de Occidente en sus números CXXVII y CXXVIII (enero y febrero de 1934). El resto de obras han quedado en títulos sin libros que los avalen. Por desgracia, estamos ante un ejemplo perfecto de escritor iceberg a la deriva, en el naufragio impuesto por una historia que lo ha enquistado en ilustre desconocido.




En el agosto parisino de 1949 dedica Morir al día a su hijo Miguel con las siguientes palabras:
                                              Dedicatoria autógrafa de Quiroga Plá a su hijo Miguel.

A Miguel, este “libro de horas amargas”, por el que pasa, sin embargo, un soplo de alegría de vivir y de esperanza y fe en el hombre y en la vida misma. Que todos esos sentimientos acompañen siempre a mi Miguel; como el pensamiento suyo me ha acompañado siempre, en los momentos malos como en los buenos, dándome a la vez raíz y alas.
    El libro va ya, desde el primer momento, dedicado a MI HIJO MIGUEL, se lo vuelvo a dedicar aquí, con todo mi amor de padre”.

Quizás sea su obra perdida Valses de la memoria el mejor testimonio de su circunstancia. Este libro, del que tenemos el improvisado prólogo dictado a Virgilio Garrote (quien lo tomó taquigráficamente) y un poema salvado del olvido por su amigo Rafael Martínez Nadal, se perdió de camino a las manos editoriales de Max Aub. Según Herrera Petere, Gonzalo Semprún asumió el encargo de llevarlo hasta México, pero nunca llegó: nos espera en el limbo de lo recuperable, más perdido por ignorado que por desaparecido.
                                      Facsímil de un fragmento de uno de los poemas del libro perdido, mecanografiado
                        y corregido a mano por el autor. El original se conserva en la Casa Museo de Unamuno
                                                   en Salamanca, cedido por Rafael Sánchez Nadal.

Si la suerte del traductor es triste, más lo es la del poeta eclipsado por el traductor que le da de comer, perdido en el doble anonimato del oficio nutricio y la vocación boicoteada por las coyunturas. Su trabajo como trasladador de Proust al castellano es toda una declaración: ver, todavía hoy, en la edición de Alianza Editorial (En busca del tiempo perdido. El mundo de Guermantes, Madrid, 1998) un © de la traducción de los “herederos de Pedro Salinas y J.M Quiroga Plà (sic)” es una ironía amarga. Si bien el encargo se lo proporcionó Salinas, fue Quiroga quien llevó el peso real de una traducción por la que tampoco se le recuerda porque el canon literario contribuye, con su olvido, a ignorarlo.

             

  





Quien tenga interés, puede conseguir ejemplares de Morir al día en Internet  de la edición de  Molinos de Agua (Madrid, 1980). Fue el número 2 de la colección España Peregrina dirigida por Aurora de Albornoz. Gran parte de los ejemplares impresos fueron comprados por el hijo del poeta al peso. Esa edición, preparada por Miguel Ángel González Muñiz, recoge el prólogo original de Semprún y Gurrea (el padre de quien, según parece, vio por última vez Valses de la memoria)


  Ex libris del doctor Miguel Quiroga de Unamuno sobre el ejemplar de la primera edición de Morir al día

3 comentarios:

  1. De naufragio en naufragio como la vida misma de miles de españoles en el exilio. ¿Puede que Quiroga Plà los ejemplarice a todos?

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  2. És això, precisament, el que més m'interessa de Quiroga Plá, estimat Galderich: la seva "sort" és la de molts republicans. Són ells, i tots els habitans anònims del món, els que fan la veritable història, la "intrahistoria", que diria Unamuno. La Història, amb majúscula, la fan els historiadors, enlluernats pels grans aconteixements, aliens, gairebé sempre, al fluir de la vida.

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  3. Por cierto, el retrato de Rebull no és de los más inspirados de este artista.

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