domingo, 15 de abril de 2018

Los yos del yo

La actividad de crear mandalas de ganchillo, como terapia , es un síntoma de una enfermedad social. Cada uno es libre de ser esclavo de lo que quiera. ¡Faltaría más!





Frente al “yo común” del que habla Marina Garcés, el yo social. La persona frente al individuo. El yo de un nosotros que es la suma sinérgica de yos con vocación de tú que quieren ser. El yo de un nosotros que yuxtapone yos y hace de la espiritualidad un escaparate en el que estar sin ser (aunque hayan aprendido toda la retórica para fingir que saben ser, con títulos legales que lo acreditan). Yo de ser el primero. Yo de estar el segundo. Bajo el ruido de una euforia social global que no se corresponde con la vivencia de cada una de sus mónadas.

Un mandala hecho de ganchillo. No una colcha para el invierno o la funda kitsch del papel higiénico. Un objeto artístico contra el estrés de la propia velocidad de vivir. Si hay que asistir a un curso porque la vida no te llega para ser y su dinamizador hace de estos micro-macrocosmos budistas e hinduistas una terapia y esta actividad mental manual apuntala tu crisis, empezamos a tener un problema de autonomía personal. Lo sagrado comercializado (podrían ser mandorlas, laberintos o rosetones cristianos, o chacanas o diagramas de culturas precolombinas) es lenitivo de la crisis espiritual en un mundo materialista. Una paradoja más, como de admiración y alergia  a los vilanos.

No es el móvil la prótesis más preocupante del yo. Es la caterva de extensiones que necesita para ser en este estar. Ser social, lejos de centrar el yo para mejorar el nosotros, exhibe su estar para estandarizar la singularidad de forma tan efímera como le permita su cotización en las redes sociales. Si para construir el yo persona necesitamos muletas mentales, perdemos la autonomía que en la propaganda pedagógica dice que educamos. Ser y llegar a ser gracias a las terapias de pago, como peajes para seguir siendo, es un buen negocio para el nosotros social y un empobrecimiento por dependencias para el yo personal. Como el triunfo pírrico de la comunicación en red: incomunicados de tan comunicados. La posibilidad, como la cera de las velas, acaba consumiéndose; pero sin dar luz y dando lágrimas de alegría precipitadas al vacío en su consumirse. (De todo el proceso hay fotografías que nadie tiene tiempo para ver, aunque algunos las miren en el gesto despreciativo de pasarlas con su índice).

La americanización de la que hablaba Baudelaire en el siglo XIX, actualizada, es hoy un logro social, según parece. Y ejemplos de ilustres depresivos como Woody Allen, a los que debemos evaluar por sus creaciones y no por sus ciclotimias, son esgrimidos por quienes, optimistas 4.0, alaban esta civilización. Hacer de las visitas a psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas y otros chamanes titulados (neurocientíficos y “entrenadores” de “mindfulness” o taichí incluidos) una garantía para poder seguir siendo pide, como mínimo, una reflexión sobre la autonomía de la persona y qué necesita para poder  ser en la altura del estar que se le pide. Las empresas ofertan (sic)  puestos de trabajo como aperitivos de alegre domingo al sol, como de propaganda de testigos de Jehová, pero exigen eficiencia y eficacia de responsable de almacén en Amazon. Quizás acabe siendo un trabajo de camarero fuera de la zona de confort que sirve mesas en la zona de confort de los clientes del que le paga por debajo de lo necesario para aguantar la sonrisa apuntalada a que su contrato le obliga. La democracia del consumo: viajamos a los confines del universo como turistas (hace currículum), pero no nos movemos a la tienda de al lado para comprar porque es más barato (lo barato sale caro, dicen los economistas, en otro sentido) que te lo traiga una empresa especializada en acercar lo cercano (además de lo lejano).

Porque la asertividad debe ser una actitud muy moderna, muy de gestor de emociones, de calculador de consecuencias del descontrol de la ira o la pasión. Y ser empático. Asertivos, empáticos, flexivos, poliédricos y políglotas. En la educación de los ciudadanos del mañana esas los las nuevas virtudes teologales y cardinales de la nueva religión laica. Bueno, laica respecto a la idea de religión antigua: el panteón de dioses actual, remedando a los penates romanos, es mucho mayor que el clásico. Fe, Esperanza, Caridad; Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Demasiado altisonantes en un mundo de proximidades y colegueo formal.

Vivir a contrapelo erosiona el ánimo. Nadar a contraola fatiga la voluntad. Caminar a contrasenda corroe la inteligencia. Pero dejarse arrastrar por la corriente nos puede llevar a una playa que no es nuestra, a un edén ajeno. La zona de confort definitiva después de tantas renuncias a la comodidad infeliz de la felicidad.




2 comentarios:

  1. El panorama es bastante triste. Ya que hablas de terapias mindfulness de pago, y para sacarle hierro al asunto, te dejo una que llega directamente desde Japón y que creo que la practica bastante más gente de lo que pensamos ;)

    http://culturainquieta.com/es/lifestyle/item/11722-hacer-el-capullo-ultima-moda-para-combatir-el-estres.html

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    1. La conozco, Clara. Sigo las publicaciones de Cultura inquieta. Buscar formas de centrar el equilibrio personal no me parece mal. Sí, en cambio la necesidad social de hacerlo porque es síntoma de que las relaciones entre las personas (afectivas, laborales...) no funcionan, no son satisfactorias.El estrés es una consecuencia y lo asuminos como una causa para la que buscamos, pagando, lenitivos. Hay,querida Clara, en ese yo social del que hablo una perversión neoliberal: la libertad de ser debe pagar el peaje de la responsabilidad culpable. Así, los enfermos de cáncer luchan contra él o los profesores deben motivar a su alumnos para que se les permita triunfar... Parece que no hay contextos que facilitan o impiden el progreso personal. Gracias por pasearte por estos Limbos.

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