Georges de La Tour. "San José carpintero" (fragmento), 1642. Museo del Louvre. Óleo sobre lienzo: 137 x 103 cm |
El 27 de marzo de 2011 empecé
esta serie que hoy cumple cien ventanas. Nueve años de construir con
fragmentos, entre lo aforístico y lo lírico: el aerolito, la ocurrencia, el
fogonazo o la humilde epifanía han ido dando cuerpo a un silencio fértil. Este
millar de Destellos es, en realidad,
mi forma de compartir el mundo. No me concibo viendo mi alrededor sin el
caleidoscopio lírico de las gafas de mi mirada. Cuando a impresión persiste, el
Destello muta en Destello domado: la impresión se hace idea y cobra un cuerpo de
poema del que el centelleo iluminador es chispa seminal. Los Destellos son, pues, abortos de poema.
Pero con entidad suficiente para que quien lo transite pueda desarrollarlos si
quiere.
En casi una década ha cambiado mucho casi todo.
Las relaciones personales, la dependencia de las prótesis tecnológicas, la
esperanza… Mi sentimiento lírico también es diferente: ahora es más intenso, más
persistente, más resiliente en su trenzarse con el pensar filosófico, más
mesiánico introspectivo. He crecido, como el niño de los cuadros de Georges de La
Tour, a la luz íntima y amparada que, sanjuanianamente, en mi corazón ardía. El
ruido destilado en susurro lírico: eso me ha ido salvando. La pausa de la palabra
para retener la precipitación compulsiva impuesta por las inercias: eso me ha
revelado la rebelión íntima, el actuar en círculos abarcables con la voz sin
altavoz. Salpimentando de ironía trágica la comedia del teatro pixelado del
mundo.
Estos Destellos vienen para ser la versión pascualina de esa “penúltima
bondad”, de esa “resistencia íntima”, de esa “nueva ilustración radical” con la
que nos enseñan a vivir en las “prisiones de lo posible” Josep Maria Esquirol o
Marina Garcés. Una filosofía lírica de “yo común”: una épica íntima y deslavazadamente
orgánica de vivir viviendo y vivido, pensando lo sentido y sintiendo lo
pensado, en la tregua sin trinchera de ser y querer seguir siendo.
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En cuerpo de tortuga centenaria,
mover el cuerpo lento: mover la mente rápido, pero sin prisa.
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Náufrago de una isla solidaria.
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Un clavo para atar el poema para que no se vaya volando
por donde vino: la palabra.
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De os, canutos
y pedagogías. Es el nuevo conflicto cognitivo para motivar la disrupción
reveladora de neurotalentos emprendedores sin memoria (“ni falta que les hace”,
apostilla con otras palabras impostadas de retórica hueca en implementador de
contenidos curriculares competenciales).
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Bajo la piel del mundo hay otro mundo sumergido que
emerge en la emergencia abrupta. Tocan las campanas “¡al arma!” y salimos a la
calle de nuestra mente armados de poesía.
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Sobre héroes y tumbas dentro del túnel.
Héroes por amor a un mortal, siendo ellos mismo mortales.
Esa es la heroicidad.
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Monjes cenobitas alimentados del panal de la memoria.
Eremitas estilitas de nuestro desierto fértil de recuerdos y literaturas. Ante
el vacío succionador de la desesperanza como un estimulante agujero negro de posibilidades
enhiesto de futuros sin presente.
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Semen de palabras.
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Juego de palabras trascendente: “alienación”, “alineación”;
“vida”, “visa”. Combínese como convenga.
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