A
Clara Roldán Cuadros, voz canela,
para
que mejore la palabra con la música de su pensarnos.
Había contraído una deuda y no lo
sabía. Una deuda sin aristas, silenciosa en su grito. He tenido una alumna en
literatura castellana y en lengua a la que nunca oí cantar. Eso fue después,
cuando las redes sociales nos acercaron a los que se alejaron. La vida seguía
en sus trayectos paralelos. Fue necesario forzar el cambio de agujas, la
intersección. Y con ello, el fulgor, el destello, ese pequeño milagro que puede
ser una canción.
Quince
años han pasado: yo he escrito algunas canciones y muchos poemas y ella ha
madurado y ha trabajado el arte de su voz. El profesor se ha hecho viejo y la
alumna una mujer.
Pero
el profesor, que intentó ser músico sin estudios en la adolescencia (algún
rastro queda de aquel grupo, Eléboro, en su biografía sentimental), se desnuda
de vergüenzas y se viste de la insolencia de la ignorancia y se atreve,
neoadolescente experimentado, a componer. Clara Roldán lo salva de la osadía y
pone el arte que a su antiguo profesor de falta: de la ingenuidad del viejo y
de la experiencia de la joven nace esta canción.
Buscad
las versiones de Clara en su canal de Youtube,
seguidla en sus redes sociales. Transforma en emoción lo que su voz toca. Canta
con la garganta y con la mirada. Es el prodigio del arte de la sensibilidad,
entre la intuición y el esfuerzo técnico. El duende lorquiano (que ahora debe
equivaler al “flow” aunque sin su
aura) hace los coros cuando Clara canta. Eso se puede buscar, pero no todos los
salmodiadores lo encuentran. Clara lo exhala.
Recuerdo
la chispa de este Destello. Una serendipia. Óscar Colomina, el cerebro musical
de aquel Eléboro adolescente sigue tocando. Necesita una cantante para su Rocktámbuls y coincide con Clara. Óscar,
mi amigo, y Clara, mi alumna, triangulan conmigo. Para celebrar el encuentro le
propongo a Clara un tema para hacerle una canción. Propone algo así como el
lugar ideal, el edén particular. De aquello crece esto que ahora podéis leer y
escuchar. La letra es fruto de algunos amaneceres en Águilas: hay quien sale a correr
por aquello de las endorfinas y la salud; yo lo hago para pensar lírico y
disfrutar de la soledad del mundo inaugural de cada día. Podría recomponer la
película de la música de las palabras memorizadas, tienen su imagen, su
momento. De vuelta a casa, copiar lo compuesto. Los retazos van armándose y la
serenidad del pensamiento poético acaba orquestando el todo. Después, la
melodía. Una secuencia de acordes y a ir probando hasta que suene sin solfeo: a
que suene de oído, sin más ojos que los torpes neumas y las precarias
grabaciones para no perder lo hallado.
Cuando
las partes de acoplan y fluye letra y música, Clara traduce la idea sonora a
canción. Trabajo colaborativo por amor. En la canción habitan muchas horas de
clase, salidas de tutoría, el arte de un profesor y el arte de una adolescente
que fue alumna y ahora es una mujer maestra de su maestro. Amor a la vida desde
la cultura, desde la amistad, desde este compartir tan hermoso que hemos
trenzado.
Ignoraba
la deuda que tenía: ahora tengo un agradecimiento que no me cabe en el pecho.
No lo sabía: hay una felicidad que puede entrojarse en una canción. Una canción
que es despensa de lo que entroja y de lo que vuelve a sembrar.
Gracias,
Clara.
Mi lugar
Absoluto y relativo,
el
patio de mi recreo:
ser
cuando miro y veo
en
el instante furtivo.
Quiero volver al lugar,
quieto,
abierto de espera,
semilla
de viento en era,
pecio
que sabe volar.
Vuelve
a ti, a tu lugar.
Aprende a ser en el estar:
Aquí y ahora.
Pleamar para tu nave.
Sol de rumbos donde encontrarte
El
tiempo no es un reloj
de arena: es la clepsidra
del mar de este ahora
que nos salva y nos ahoga.
Resistencia al fluir.
La
fiesta de la presencia
fecunda
la permanencia
de
erosión de la raíz.
Brillo de tiempo encontrado:
este
ahora y este aquí,
edén
en que ser feliz,
en
duración encarnado.
Vuelve
a ti, a tu lugar.
Aprende a ser en el estar:
Aquí y ahora.
Pleamar para tu nave.
Sol de rumbos donde encontrarte
El
tiempo no es un reloj
de arena: es la clepsidra
del mar de este ahora
que nos salva y nos ahoga.
La conquista de ese espacio
en
el que ser mientras eres
se
nutre de amaneceres
y
de progresar despacio.
Ese lugar que tú buscas
creciendo
dentro te encuentra.
Sé
el eje que te centra
en
el ruido que te ofusca.
Vuelvo
a mí, a mi lugar.
Aprendo a ser en el estar:
Aquí y ahora.
Pleamar para mi nave.
Sol de rumbos donde encontrarme
El
tiempo no es un reloj
de arena: es la clepsidra
del mar de este ahora
que me salva y que me ahoga.
Aquí podéis escuchar con los ojos la canción de Clara:
Bonita canción, Brother.
ResponderEliminarGracias, Galvio. ¿Tú por aquí? Si te aburres (que no lo creo en estos Limbos tienes para hartarte de leer. Y como me conoces, seguro que desentrañas claves que pueden interesarte. Un abrazo.
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