A
mi padre Miguel Gálvez Merlos, por dar cuerpo a una posibilidad.
Un
siglo de miradas lo abonan. Quizás un ápice de su raíz le haga cosquillas a la
Virgen de los dolores y otra alivie el peso de la cruz a Jesús. Se ha
sustanciado como hermano robusto de la higuera y protesta del bullicio haciendo
llover sus higos como bombas. Tanta es su hambre de Águilas que se expande en
raíces aéreas que se nutren de la nada del mirar radical. La pava de la balsa
asperja el agua que el cielo le niega. Y da cobijo a las palomas y gorriones,
de los que es útero y nido.
Tan
seguro de su crecimiento está que fagocita la forja de su adopción jardinera.
Quien acotó su ser ignoró que un siglo de perseverar en esquina no cabe en una
cerca de hierro.
El
ficus que custodia la iglesia de san José y es palio de tanta aguileñidad pide
con su presencia ser hijo adoptivo de la ciudad.
Desborda
el magma lígneo su prisión para ser mundo desde Águilas.
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