“¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es
pájaro.
Se cierne lo
inmediato
Resuelto en lejanía.
[…]
Más, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
La plenitud se escapa.
¡Ya solo sé cantar!”
Jorge
Guillén, Cántico.
Cima del abismo. Mediodía de estío:
el mundo es un solar. Y los relojes obsolecen ante la impenitente y contumaz
tormenta de vida que funde, a plomo, el verde en amarillo. El mar y sus azules
viven otros tiempos de clepsidras de olas. Luego está la literatura, ajena por
escrita, a los estragos de las horas: “El amor es el jardín de mi alma”, nos
viene a decir en inglés un desvaído pájaro como en una fotografía de cementerio
inasequible al fundido en nada.
Simetría
de la armonía de contrarios: el tiempo nos hace vectores con una dirección y
dos sentidos opuestos, todo cielo o todo suelo.
Reloj
de sol vencido.
Verticalidad cenital: plétora de
luz,
culmen de ausencia de sombra.
El astro titiritero que da la vida
también erosiona la alegría y da la
muerte.
Las agujas no dan las horas.
Flácidas, derrotadas por la gravedad,
se han dejado caer
en una eterna seis y media,
ajenas al enhiesto meridiano.
La decadencia tiene bautismo de
aurora.
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