A Óscar
Blesas, por las complicidades en los pasillos.
Te cogió por sorpresa. “Me permite”,
te dijo con voz educada y como de locutor antiguo de radio. Antes de que fueses
consciente, te bajó los pantalones, te bajó las bragas y miró a su asistente.
Este, con una sonrisa de azafata triste, blandió un paraguas de colores y lo puso
al alcance de su mano. Sin saber por qué, miraste hacia donde señalaba su dedo
y, como en la consulta del digestólogo, pusiste en culo en pompa. Alicia cayó
más lenta que rápida fue la introducción del paraguas por la vía anal. Hasta la
empuñadura. Luego lo abrió y cerró en una coreografía de enaguas de murciélago
intermitente.
“Perdone”, le dijiste apenas turbada: “creo
que me ha metido un paraguas por el culo y me hace un poco de daño. ¿Sería tan
amable de, por lo menos, dejar de abrirlo y cerrarlo dentro de mi cuerpo?”. En
introductor, tan educado como su voz: “Perdone”. Y ella: “Gracias. No hay por
qué”. Y él: “No hay de qué”.
-“Buenos días”-dijo ella.
-“Buenos días”- dijo él mientras extraía
el paraguas (cerrado) del culo en pompa de ella. El colonoscopista y su
asistente se alejaron cantando a dos voces “I
singing in the rain”. Ella se subió
las bragas, recompuso sus pantalones y volvió a lo suyo.
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