Se
empieza cerrando un miércoles y la espita del agujero negro del tiempo fagocita
sin violencia ni prisa la presencia.
Pasan los
miércoles de ausencia que engendran semanas que dan a luz sombras de meses que
acaban pariendo años y ruina imperceptible de polvo.
Como en
la agonía de la vida, la atalaya de ser compila y comprime todos los presentes
que se hacen suspiro, instante. El resultado, lo que queda, es el fruto de todo
lo que se ha perdido.
El ala
periódica que roza lo macizo, como el agua sobre la piedra, construye el tiempo
con la perseverancia contumaz de una espera sin prisa, ajena al ajetreo humano,
del otro lado.
Cerrar
solo los miércoles no era suficiente para acotar el vaivén que requiere el
vacío lleno de despojos. La cadena acota y blinda el escombro para que no ocupe
la alegría de la calle y quede confinado y estanco en su nido de muerte.
Como en la "Casa tomada" de Cortázar, la ausencia se ha hecho fuerte tras la puerta y
respira la ceniza del tiempo que le sobra.
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