A
Gabriel Muñiz y Mané Espinosa, cuya técnica habría sabido encontrar mejor solución
al instante.
La
religión es anestesia y zanahoria de burro, sí. Pero vender felicidad fuera de
la zona de confort para con maneras de otras felicidades no me parece la mejor
forma de ser. La emoción de una procesión, pompa y chantaje emocional de música
lágrimas de cera, arroba la inteligencia y nos hace vulnerables ante la metafísica.
Pero la americanización tiene un precio que pagamos gustosos e ignorantes. La
moda impone formas que acaban siendo estándar. Ver Mujeres, hombres y viceversa debería darnos la clave del
contraejemplo y es muestrario de sandeces que normalizan la belleza del
corchopán maquillado.
Una virgen de madera, tela, vela, tuneado
visible e incienso no es más falsa que un “look”
de “estilistas” pakistaníes que esculpen
cabezas mientras ven el fútbol ajenos a la procesión y costaleras que flanquean
un negocio que no es suyo, reclamado por luces y servicio de bar de otros
mundos que son también este ya.
Había
barberos que se hicieron peluqueros, que tuvieron que hacerse estilistas unisex
(con la banda sonora de perreos machistas y chándals de centro comercial
universal). El Pericales y su herencia están fuera del mercado ya porque no
perfilan cejas ni podan el entrecejo a ritmo de videoclip o fútbol. La
locuacidad de los barberos muere en el ruido insustancial de la logomaquia a
ritmo contrahecho.
Podan
cabezas los estilistas entre luces y sombras de modernidad impo(RS)tados. Los
sujetos pacientes, en su singularidad de serie, se verán guapos y originales.
Habrán leído en sus redes sociales las últimas gilipolleces efímeras y
formadoras de su circunstancia libérrimo-paupérrima y buscarán cómo reflejarse
en el espejo de su onanismo con la primera presa incauta que se cruce en su
camino hacia el egocentrismo más mediático.
Bajo el
peso de la divinidad de madera, las costaleras giran la cabeza para admirar la
belleza de unos hombres tan comprometidos con el sacrificio de su belleza para
gustar.
Pasan los
pasos. Pasa la vida. Queda la moda, que no “hace mudanza en su costumbre” y
coloniza los presentes, petimétrica y siempre cotizado en bolsa.
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