viernes, 19 de abril de 2019

El ojo de dios


 
Visión semicenital de la Virgen de los Dolores en su iglesia de san José, antes de salir en procesión en Viernes de Dolores. Fotografía de Gabriel Muñiz.




A Gabriel Muñiz, por estar y ser, predicativo.


El ojo de dios, pixelante, atento a los pasos del receptáculo de su verbo casi hecho ya sangre.
Los portadores a hombros de la imagen, ajenos al peso de la mirada, esperan la salida del templo para bañarse en devoción popular. Cada uno con su gesto, tras las bambalinas, ensayando mentalmente la coreografía de ciempiés con la que procesionarán. Serán un ejército disciplinado del amor divino. Esa madre enquistó el gesto de dolor cuando un puñal de dulce amargura ocupó el espacio que en su corazón tenía la carne de su hijo. Ella quedó en dolor: él se hizo idea y habitó entre nosotros.
La madre del hijo de dios en el templo dedicado a su esposo, José. Las vigas de las andas son de la madera de un carpintero. Un oficio en segundo plano, eclipsado por el oro, la luz de las velas, las rosas y la imaginación hecha mujer de belleza salzillesca. Sin madera y sin ebanista no hay soporte para tanta hermosura triste.
Como las columnas humanas que portan un ataúd, estos costaleros del hombro dan vida a la muerte para lucir el “memento mori” por unas calles pletóricas de corazones y mar. Es Viernes de Dolores: de un dolor conocido y renovado cada año. El Domingo de Ramos, sobre su burra, su hijo renacido entrará en loor de multitudes a ritmo de olivo y laurel. En el huerto de los olivos, precisamente, será detenido por la usura de Judas Iscariote. Antes, previsor, había celebrado la eucaristía y el pan y el vino ya no serían nunca más lo mismo, transubstanciados. El Viernes Santo crucificamos a su hijo después de un vía crucis que viene a ser la peregrinación dolorosa por las estaciones de vivir. El Domingo de Resurrección, una semana después de su entrada en Jerusalén, Jesús vuelve a la placenta de la idea que lo inseminó.
La luz de Jesús arde en el pabilo de su padre, José, y la cera de su madre, María. Hombre y mujer, como mujeres y hombres son los que hacen lucir la imagen entre varales de aire y el palio de la noche aguileña. Devoción hecha carne que pasea por sus calles a su matrona que sabe, versión cristiana de Prometeo, que cada año por estas fechas ha de padecer este calvario de la pasión de su hijo.


1 comentario:

  1. En la vida hay que enseñar a todas las personas a ser bondadosas con el prójimo, y que para rezar deben levantar el corazón con mucho amor hacia Dios.

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