“[…] que vieras lo que vieras no podías llorar, porque las lágrimas se congelaban y puedes quedarte ciega […]
Neus Català (pág. 116)
“Para ganar un juicio son necesarias tres cosas: tener razón, saberla defender y que te la quieran dar”
Susana Koska (pág. 244)
KOSKA, Susana. Mujeres en pie de guerra. Memorias de nosotras. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018.
Antes de ser libro en 2017 fue un documental en 2004 (y una banda sonora y una exposición y una obra de teatro). Y antes presentes plenos que las inercias de la injusticia fueron sepultando en silencio histórico ahíto de fluir vital en paralelo. Mujeres que hicieron mundo desde su pulso contra casi todo, desde la fuerza matriz del universo a escala humana. Decía santa Teresa que dios también andaba entre los pucheros: en esos espacios a los que se relegaba la potencia femenina era el amor a la humanidad lo que se gestaba y se expandía hacia las conquistas a contramundo que iban consiguiendo, con un espíritu más a lo sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres que con manos de paz tuvieron que pisar la guerra para legarnos un presente mejor, a pesar de sus pesares. Como Hildegarda von Bingen, Susana Koska, desde la humildad, nos pone el altavoz de tantos silencios.
El libro de Susana Koska es una caleidoscopio humano, con lo femenino como eje, en el que la intrahistoria de la intrahistoria cuenta más que los grandes discursos y las gestas históricas que han ido construyendo, siempre como palimpsesto tergiversador, sesgado e interesado, el pasado heredado. Los testimonios de algunas mujeres (personas entre bambalinas, como tramoyistas, escenógrafas o dramaturgas de la tragedia nacional) ponen foco sobre el oscurecimiento (que no la oscuridad): Sara Berenguer, Rosa Laviña (y las cartas de su amor del campo de concentración de Argelès, Pedro Vaqué), Ana Mary-Izaskun Ruiz García de Guilarte, Luz Miranda, Montserrat Fernández Garrido, Maixux Rekalde, Teresa Buigas, Carmen Alcalde, Neus Català, Antonina Rodrigo y, sobre todo esa mujer anónima que es tanta mujeres y la tía de la autora, Rosa Díaz ponen voces al silencio, desde su perspectiva de confidencia, vindicación o rebeldía. En cursiva (porque la memoria íntima corre sobre los rincones del amor trenzando el ritual de lo ordinario, la costumbre y doméstico), para poder incardinar sus testimonios en los textos que dan cuenta de los contextos de la Historia (sic). Así, la cursiva nos habla de las historias que nutren la Historia, que se escribe en redonda. Susana Koska utiliza un tercer recurso tipográfico para distinguir la correspondencia digital. Y así, entre el fragmentario puzle de un juego de espejos, entre lo rescatado y lo olvidado, se revela la vida que ha sido. Antonina Rodrigo, en su doble voz de amiga e investigadora, como el Guadiana, va marcando contrapuntos y referencias como la de Mariana Pineda, Federica Montseny o Margarita Xirgu. Cecilia G. de Guilarte aporta su experiencia de reportera anarquista durante la guerra, de exiliada en México y la de su regreso a la España de 1963. Clara Campoamor, Teresa Pàmies, Carlos Bacigalupe, Eduard Pons Prades, Ricard Vinyes, Montse Armengou, Ricard Belis, Carmen Martín Gaite, Mercedes Núñez Targa, Ana María Moix, Montserrat Roig son como notas a pie de página de los testimonios de las protagonistas. Y sus textos, a su vez, están contextualizados por “recortes” de prensa (El Imparcial, El Diario Vasco, revista Y, ABC, La Vanguardia Española, Nueva Rioja, Revista Medina, Le socialiste, Diario Femenino, Vindicación Feminista); propaganda e información política (de La batalla; octavillas de propaganda del Casal de la dona treballadora; Mujeres libres; notificaciones del Frente popular; “Lecciones para las Flechas. Sección Femenina del FET y de las JONS”, índice de precios del Pabellón de la República en 1939; notas del Servicio Nacional de Información e Investigación de Falange; “decreto del gobernador civil sobre los pisos y locales abandonados por la población fugitiva”; “decreto por el que se reforma el Servicio Social de la Mujer” de la Secretaría del Movimiento; “Sobre la repatriación de refugiados españoles” del Ministerio del Interior; estatutos de ADIR) u otras fuentes (Alcaldía de San Sebastián; declaración de Gabino Díaz de Senz, el padre de Rosa, la tía de la autora; “Foro sobre la Segunda Guerra Mundial”; discurso de aceptación del premio Maria Aurèlia Capmany a la Associació Les Dones del 36).
El libro tiene dos partes y mucho mérito. El interés generoso de la autora busca los afluentes de las circunstancias que le han de permitir entender mejor el trayecto vital de su tía Rosa Díaz, su itinerario de guerra, exilio, retorno y estigma de “niña de la guerra” durante el largo Franquismo. La autora desaparece de escena en la primera parte para ceder la narración a protagonistas y objetivaciones documentales que balicen lo que cuentan. En la segunda parte, a partir del capítulo IX (“Hoja de ruta: mi cuento de nunca acabar”), Susana Koska, como el narrador de El Quijote a partir del capítulo VIII, explica detalles de su investigación que dan profundidad a la primera parte. Es esta segunda mitad del libro un diario de investigación en el que lo personal y lo social se complementan simbióticos. Hay una bisagra entre ambos lados del libro: el testimonio de la autora sobre “sus” Dones de del 36 con el que acaba el capítulo VII y la “Vindicación feminista” que es el capítulo VIII.
Si el viaje por la zona oscurecida de lo femenino de la primera parte, entre la guerra civil, la posguerra y la Transición, es revelador, la aproximación personal de la segunda parte, con el prólogo testimonial, aporta al lector la lírica de la épica de la desmemoria. Con un acertado tono de confidencia documentada, de documento vivencial riguroso. Dejarse seducir por ese “Contar cosas de la guerra” y buscar en los archivos su rastro. Leo en Susana Koska una reminiscencia de la Cecilia G. de Guilarte de Cualquiera que os dé muerte (esa Francisca Amaya Iraola-María Cascagorri que fecunda el mundo de fuerza). En Mujeres en pie de guerra la literatura se subordina al ensayo, sin dejar de ser creativa. La hemeroteca de la biblioteca municipal de Logroño o la Koldo Mitxelena Kultunurea; el pabellón de la República; la fundación Sabino Arana; los archivos visitados (el municipal de Palafrugell, el Histórico Foral de Bizkaia, el del PCE, el municipal y el provincial de Logroño, el General de la Administración de Alcalá de Henares); el fondo privado de Igor Urrestarazu dan cuenta de las pesquisas a contratiempo que requiere restaurar la memoria infectada de olvidos. Sus pesquisas de investigadora de archivos la llevan muy lejos en su persistencia pero no hasta al cabo del enmarañamiento. Es la constatación de la realidad: lo mejor es enemigo de lo bueno y Susana Koska ha sabido perseverar para que la maraña sea madeja y la madeja una prenda de abrigo a la que le falta una manga. Dentro se puede respirar el calor, por ejemplo, del amor a contra “arenitis” de Argelès o las tribulaciones de una niña en su desexilio. Y ha sabido abrir ventanas a otros regresos de paisajes femeninos ignorados como el que Carolina Astudillo Muñoz nos presenta en El gran vuelo en 2014 con la desaparición de Clara Pueyo Jornet en el verano de 1943.
El sentimiento humano femenino, desde la cuneta de la Historia, vertebra el discurso humanista de Susana Koska. Son algunas de las mujeres de paz que, en pie de guerra, abonan el pasado para mejorar el germinar de los futuros de sus presentes. La República fue una promesa. Pioneras como “las sinsombrero” abrieron horizontes que las pérdidas de una guerra perdida (y no provocada: fueron defensores contra un golpe de estado fallido y, finalmente, pírricamente triunfante). Las protagonistas de este libro vieron como sus expectativas se hicieron envés y se medievaliarizaron con la cruzada nacional-católica. Susana Koska pone el foco en los márgenes de la historia, aunque solo pueda ser de forma metonímica: restaurar tanta causa obviada es imposible ya pero no obligar a mirar hacia atrás para mejorar la mirada sobre el presente para ver el mejor de los futuros.
Mujeres en corazón de paz, en pie de amor, pero sin dejarse pisar para una fraternidad sin déficit de sororidad, plena en libertad y en igualdad equitativa, justa e inclusiva. Vindicar y reivindicar progreso humano desde la condición femenina universal, contra las ignominias patriarcales del pasado, hacia el mejor de los futuros. La autora, buscando la madeja de su pasado personal, con la complicidad de su tía Rosa Díaz, se encontró con protagonistas anonimizadas, agentes y víctimas de una doble guerra: la incivil y la segregadora y represora de lo femenino. Tuvo, además, que librar otras batallas biológicas dentro de ella misma que confirmaron su fuerza y su solidaridad de libertaria en un presente amnésico y cada vez más claustrofóbicamente neoliberal en lo social y lo económico.
Esa es la apuesta intelectual de la actriz, documentalista, escritora y militante en la justicia humana Susana Koska en Mujeres en pie de guerra. La oralidad, fuente de conocimiento y vida en el presente, nos llega trascendida en su ensayo polifónico (epistolar –intimidad compartida-, de discursos combinados con documentos oficiales, consignas o fragmentos de prensa, de entrevistas).Todos, mujeres y hombres, las personas, se lo agradecemos. Como Elisabeth Eidenbenz en la maternidad de Elna, Susana Koska, desde la misma modestia humanitaria y el compromiso humano, nos devuelve algunos vínculos con la vida que la Historia escrita nos estaba ocultando.
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